miércoles, 9 de septiembre de 2015

034 – Fantasmas del Pasado – 2da Parte.



En la mañana siguiente, me despertó Jimena a media mañana. No había podido conciliar el sueño hasta casi el amanecer. Siempre con la sensación de que doña Juana me vigilaba desde las sombras. Con la salida del sol, la tranquilidad me fue ganando hasta quedar dormido.

– Dormías muy tranquilamente esta mañana. Por eso no quise despertarte... – me dijo Jimena sentada a un lado de la cama. El sol entraba en la habitación suavemente, aún no era el mediodía.
Preferimos quedarnos en el jardín, recostados en las sillas reposeras que miraban los pocos árboles del parquecito. El Sol me hizo bien, más allá de tranquilizarme y alimentarme gracias a mi meditación, fue un momento de calma que necesitaba.
– Luego de almorzar vamos a la capilla – dije casi para mí, pero al ver la cara de interrogante de Jimena, me di cuenta que había hablado en voz alta. Me causó gracia, porque era algo que no se esperaba.

Faltando un par de cuadras para llegar a la Capilla de la Virgen del Valle, vi a la hermana Inés que venía por la misma calle de tierra.
– Es necesario que hable con usted, Quike – me dijo con tono serio. – ¿No intentará golpearme, verdad? – le dije en tono de broma. Jimena nos miró y comprendió que lo que ella creía que había sido un sueño; realmente había sucedido.
– ¿Qué tiene con nosotros? – le preguntó seriamente. Inés se quedó mirándola unos momentos, como pensando la respuesta.
– Es difícil para mí asumirlo… – habló al fin –... pues mis creencias no son acorde a lo que vivo y sé. Podría decir que yo fui compañera de Quike. Creo que hasta fui su amiga – dijo como midiendo cada palabra.
– Es como si tuviese recuerdos de otra persona, pero estoy segura que soy yo. Recuerdos de una persona violenta pero fría al mismo tiempo. Amable con los niños y los animales, pero suspicaz de los adultos. Con recuerdos vagos de su niñez, que pareciera haber sido muy dura. – nos explicaba, mientras caminábamos juntos hacia la capilla.
– Recuerdo alguno de sus hábitos comunes: mirar por la ventana de su departamento, hacia las calles cercanas. Recuerdo el olor a café caliente. Y no es que me encante el café, pero la sensación, realmente me tranquiliza y no sé porque. – nos detuvimos en el umbral de la puerta de entrada a la capilla. Aún había gente dentro, rezando en voz baja.

– ¿Desde cuándo sabes o recuerdas todas estas cosas? – pregunté, sólo para confirmar si mis sospechas eran ciertas.
Inés dudó unos momentos –… tengo la sensación que desde siempre, pero ahora que lo pienso mejor, se hizo más evidente en esta última semana. Quizás usted tenga algo que ver con ello. – y se me quedó mirando, como esperando una respuesta.
Negué con la cabeza. – ¿Recuerdas algo en particular? Quizás un número telefónico, o momentos que le hayan marcado. Me serviría para estar seguro quién era este amigo o amiga. – 
El lugar quedó vacío luego de unos minutos e Inés fue despidiendo a cada uno que pasaba por la puerta de entrada. Luego se persignó y entró al templo. Nosotros la seguimos.
– El Padre no está, así que podemos usar la sacristía sin interrupciones… – cruzamos una puerta a un costado del altar y un pasillo corto nos llevó hacia una serie de habitaciones pequeñas. 
– Me sorprende que me pregunte si recuerdo algún número de teléfono… porque sí. De hecho recuerdo a alguien escribiendo un número en un papel y luego de leerlo, quemarlo. – Escribió el número en una hoja pequeña de color. El número era de Córdoba. 
– ¿Has intentado llamar? – dije sin poder evitar la sonrisa. Ya casi no me quedaban dudas que ella era la reencarnación de Ben. No sé cómo funcionan estas cosas. Apenas si puedo creerlo.
– Uno creería que la reencarnación se haría en nuevo cuerpo, osea en un bebé, pero por lo visto no es así… – ambas me miraron, con la misma cara que lo hacen mis alumnos cuando les interesa alguna historia que estoy comenzando a contarles. –… puedo estar equivocado, pero creo que haces referencia a un amigo que murió hace no mucho tiempo. –
– Yo crecí toda mi vida con la creencia en la vida después de la muerte. Pero una vida inmortal más allá de esta vida de carne. Por esta razón, es que me cuesta creer que yo sepa cosas que otra persona haya vivido… – me dijo mirando melancólicamente la anotación que acababa de hacer en el papel. 
– ¿Nunca pensaste que tu verdad podría ser sólo parte de una verdad más grande? – Lo negó rotundamente. –… la verdad del Señor es absoluta. –
– Si algo me ha enseñado vivir tantos años y estudiar la historia, más allá de vivirla. Es que no todo lo que te cuentan es la verdad. Sólo es una fracción de ella, teñida por los pensamientos y las creencias de la persona que las cuenta. – Hice una pausa. – No cuesta nada llamar a ese número y ver que resulta de eso. ¿No piensa igual? –

Un grito por el pasillo nos sacó de la profundidad de la charla. – ¡Hermana, Hermana! Ayuda… – el grito era desesperado, casi agónico. Cuando estábamos levantándonos, vimos a la esposa de Alfredo detenerse en la puerta de la habitación. –… Hermana, le está sucediendo de nuevo. Por favor, tiene que venir. – vi la cara de la mujer, sorprendida por mi presencia. – Quizás usted debería venir también, don Quike. – 

– Alfredo sufre de convulsiones neurológicas tónico clónicas… y nunca se hizo tratar por un médico. Aparentemente podría ser un caso de epilepsia. – me explicó Inés, mientras nos dirigíamos hacia la estancia de los Ferreira. 
Los perros gemían y correteaban en el patio, como si compartiesen el sufrimiento que Alfredo estaba sintiendo. – Ramoncito, el hijo de nuestro vecino lo está acompañando… por si las dudas se intenta tragar la lengua. Ya ha pasado un par de veces. – 
Ramón salió de la habitación cuando llegamos. Estaba transpirado y pálido. Un olor nauseabundo llenaba el lugar. – Él no aguanta nada cuando está así, ¿vió? y tenemos que lavar todo de la pieza – nos dijo la mujer al ver que Inés y Jimena se taparon la boca y nariz al entrar al pasillo. 
Cerré los ojos unos segundos y mis sentidos se agudizaron, escuché gritos y lamentos en todo el pasillo. Las paredes se avejentaron, tomando un tinte verde moho. Sentí que el lugar había sido testigo de mucho dolor, odio, desazón; pero lo que me preocupó es que esos sentimientos aún estaban latentes. Sentí todo esto condensado de alguna forma en la habitación donde Alfredo estaba acostado. Se quejaba levemente, pero el dolor no le daba tregua. Abrí nuevamente los ojos para salir de mi concentración.

– No… sea… tímido… señor… Quike… – dijo Alfredo desde la habitación, con una voz cambiada. – pase… adelante… No… lo… voy… a… morder… – dijo y se echó a reír. Y un escalofríos recorrió por toda mi espalda.



Se muy bien que estos episodios se han hecho largos. Espero que les termine gustando :)

No hay comentarios.: