jueves, 29 de octubre de 2015

038 – Diciembre del 2001 – 2da Parte



Las palabras de Artelex aún sonaban en mi cabeza y aunque no lo pude seguir con la vista, aún sentía su presencia, como si estuviera respirando a pocos centímetros de mi cuello. Fernando notó mi preocupación y me preguntó varias veces en nuestro camino al Obelisco.
Traté de disimularlo al principio, pero terminé contándole. Le dije que lo había visto, que sabía que estaba por ahí, pero lo había perdido en la multitud.
No me podía quitar la idea que quizás estábamos acompañando a los que podrían ser los responsables de pérdidas graves, materiales y humanas.

En las calles cercanas a la Avenida Corrientes la gente ya se apretujaba para caminar, incluso por aquellas calles poco iluminadas. Todo el mundo con sus cacerolas, sin distinción de edades, ni clases sociales. Cantando a viva voz varios cánticos, que de alguna forma decían lo mismo. Me llevó a pensar que es muy extraño que alguien no estuviese organizando todo eso… he ahí mi paranoia nuevamente. Pero desde el movimiento de gente, hasta lo que decían, estaba muy organizado para ser espontáneo. Por otro lado, no es descabellado pensar que la gente se sincroniza y simpatiza con los que tiene alrededor, logrando un tono unísono.
El canto se hizo grito mientras íbamos acercándonos y para cuando nosotros llegamos a una cuadra de la Avenida 9 de Julio, los principales grupos de militantes habían alcanzado ya el Obelisco. Se podía sentir una energía muy extraña, la energía de la gente que quería cambiar todo, de raíz: “Que se vayan Todos”.

Tratamos de acercarnos al epicentro, pero era realmente muy difícil. Enormes masas de gente se movían de un lugar a otro, como si fuesen grande pogos en recitales de bandas multitudinarias, y Fernando insistió en que nos quedáramos a un costado.
Igualmente, la vista era impresionante. Miles de personas estaban ahí porque realmente les preocupaba lo que estaban viviendo.

– No podemos caminar una semana por el desierto calcinante solamente para ver si existe la posibilidad de luchar a las puertas de Urik – se quejó Adunaphel y Cook sólo golpeó los cascos de sus patas delanteras con fuerza como respuesta.
– No es por casualidad que Rikus nos haya pedido que nosotros vayamos a pelear a su lado – replicó Jeep girando su karikal con gran habilidad. Cook lo miró afirmando lo dicho.
– Somos el elemento sorpresa y Hamanu no tendrá posibilidades contra los Héroes de Tyr. ¿Qué dices Quike? – Dijo Cook colocando su mano en mi hombro.
Yo tenía mis dudas, estábamos yendo hacia la guerra declarada contra un Rey Hechicero, pero no sólo eso. Amanu era conocido por sus estrategias de guerra, y un guerrero excepcional. En ese momento no estaba preparado para tal afrenta. – He cruzado las montañas y enfrentado las criaturas más peligrosas contigo, hermano. No me voy a echar atrás ahora. – las palabras me salieron solas.
Si hubiésemos tenido el apoyo de una multitud como la que tenía a mi lado ahora. Con esta convicción. Posiblemente el resultado hubiese sido otro.

Pero siempre hay alguien que tira la primera piedra. No sabría decir de cual lado, aunque no es difícil hacer conjeturas al respecto: La Policía no lleva piedras para contener las multitudes y hasta ese momento todo había ocurrido en una relativa paz; con gran energía, pero sin causar problemas mayores.
Eso fue sólo el principio. Vi gente arrojando molotov improvisadas, eso nos estaba diciendo que todo estaba preparado y como dice el dicho “el Diablo ya había metido la cola…” como ya me lo había anticipado.
El lugar se volvió un caos, y eso es algo que nunca me agrada. Un grupo de personas con las caras cubiertas, llevaban palos encendidos para embestir contra la Policía. Pero del otro lado no se quedaron callados, ni quietos y tomaron represalias. Creo que la orden no había sido muy clara, de lo contrario me haría dudar mucho de la cordura de nuestras Autoridades. (Nótese la ironía en mis palabras).
Se escucharon varios disparos, y la multitud se dispersó. Varios heridos por balas de goma, pero luego vi gente con la cara ensangrentada, arrojando cosas. La Protesta justa y legal ya no era una prioridad, convirtiéndose en una catástrofe.
Fernando fue grabando todo lo que pudo en su moderno celular. Para tener una crónica detallada de todo lo que estaba sucediendo.

Busqué a Artelex activamente, pues sabía que debía estar en el lugar. Aunque nunca lo había visto actuar directamente en los hechos, siempre estaba en las cercanías, disfrutando del espectáculo resultante. Al cabo de varios minutos, lo vi entre la multitud que aún permanecía en el lugar.
Quizás si lo detenía de alguna forma, podría cambiar en algo la situación, pero no estaba seguro de eso.
Se escuchaban las sirenas de las ambulancias y la policía, y en el medio del caos, la gente corría intentando alejarse de los activistas y de la policía.

Sabía que lo estaba observando, así que me acerqué sin sigilo, caminando directamente. Aún sin mirarme, me sonrió. – ¿Qué vas a hacer? – me dijo cuando ya estaba a unos dos metros de distancia.
– Podrías detener esto, ¿no? – sabía que mi pregunta era idiota y esperaba una respuesta igual. Comenzó a reír como si lo estuviera disfrutando, y me contuve por un momento. – ¿Es este? – escuché la voz de Fernando a mi lado. Me había seguido, atento, grabando todo.
No teníamos nada tangible, tan sólo mi paranoica corazonada, y a Fernando eso no le servía de nada.
Me adelanté rápidamente, y el tipo no se esperó esta reacción. Lo tomé de su perfecta camisa Armani e imaginé que estábamos en lo alto de la azotea del Hotel Obelisco, y ambos aparecimos a unos diez metros por arriba del techo. Sólo tuve que soltarlo y verlo caer de espaldas en el sobretecho de metal. Controlé la velocidad de mi caída, para no impactar también yo contra el techo. Pero en el momento que mis pies tocaron la cornisa, vi sus manos venir raudamente hacia mí. Sus palmas estaban recubiertas de brea y al golpear mi pecho me vi volando en dirección a la calle.
Me di cuenta que si chocaba contra el piso a esa velocidad, no iba a poder reponerme. Esperé a pasar por las copas de los árboles y dibujé una puerta con mi mente, la salida la coloqué cerca a unos tachos de basura de plástico, de esos para reciclaje. Pero la inercia aún así me jugó una mala pasada, y aunque el golpe no fue directo contra el asfalto, me costó un par de minutos reponerme. Un par de personas vinieron a socorrerme, mis piernas estaban sangrando y mi hombro derecho estaba fuera de lugar.
Respirando profundamente, coloqué mi hombro de vuelta en su lugar. Fernando corrió hacia donde yo estaba. – No sabía dónde te habías metido, pelado… – en ese momento algunas de mis heridas comenzaron a cerrarse.

– ¡Realmente has logrado ponerme de malas. Extranjero! – dijo Artelex que se dirigía hacia mí separando gente con ambas manos. Yo separé a Fernando, colocándolo detrás de mí.
Vi las manos oscuras del tipo que goteaban a cada paso. Tomé aire y endurecí mi cuerpo como la roca, al punto que algunas costuras de mi traje crujieron, listas para romperse.
– No te servirá de nada – dijo mientras se lanzaba contra mí. Un policía se interpuso para detenerlo, pero su puño derecho le partió algunas costillas, sin siquiera detener el paso. Su puño golpeó desde arriba, una y otra y otra vez. Detuve los golpes, pero aún así sentía el dolor de cada uno de ellos. El cuarto y el quinto golpearon sobre mi rostro y sentí todo dar vueltas.
No entendía nada de lo que había sucedido, pero sólo sentía que la energía se me estaba escapando y pensé que quizás estaba extrayendo mi energía vital con cada golpe. El pecho me dolió terriblemente, y los brazos cayeron inertes a los lados.
La gente gritaba que pare, pero el tipo no los escuchaba. Vi un policía dispararle de costado con su escopeta y Artelex fue tirado hacia un costado. Fernando se apresuró a socorrerme.
Varios policías le cayeron encima y lo último que vi, fue su rostro sonriente cuando se lo llevaban esposado.

Todo se puso negro.

El Presidente de la Rua presentó la renuncia ese mismo día. Y según escuchamos, más de cuarenta personas resultaron muertas en las represalias. Al final, se había cumplido lo que Rosario había previsto, pero no sé si yo cumplí mi parte.

Lo único que entendí en ese momento, es que no estaba preparado para pelear contra este tipo, y quizás se merecía más respeto. Lo había tomado en broma, pero era serio. Igual a aquellos tiempos, cuando desafiamos a los Reyes Hechiceros. No aprendo.



Las cosas no siempre salen como uno las ha planeado, a veces uno no puede ver la dimensión de las cosas hasta que las tiene enfrente. Lo que no implica que uno se tenga que dar por vencido. 
Las cosas pueden cambiar, sólo hay que luchar por ello. (Es algo que Quike diría).

1 comentario:

Carandor dijo...

Hamanu se revuelca en sus aposentos !!!!