miércoles, 9 de diciembre de 2015

040 - Todo vuelve - 2da Parte



Me había quedado mirando el arma de Pancután unos minutos, y creo que lo puso muy incómodo, porque me recriminó que no estaba ya cruzando la calle hacia la Plaza Italia. Indicó con la palma abierta hacia el otro lado de la plaza y cruzó la calle sin mirar.
Tengo que aceptar que el tipo tiene suerte, porque ningún automóvil se atrevió a embestirlo. Yo esperé que no viniese ninguno y crucé. Su cara de hastío me hizo notar que estaba haciéndolo perder el tiempo, pero igualmente lo hice esperar.
Mal estacionado sobre la calle 27 de Abril, estaba un viejo Ford Falcon verde oscuro. En otras épocas me hubiese dado algo de recelo entrar en aquel auto, y se que hay gente que tiene recuerdos de leyendas urbanas acerca de personas siendo secuestradas en este mismo modelo de auto. Pero creo conocer un poco a Pancután y ya tenía curiosidad por conocer a su jefe que tanto le había oído mencionar.

Lo primero que le pregunté luego de un prolongado silencio, mientras nos dirigíamos hacia un barrio cercano a la Av. Fuerza Aérea, fue si había hablado con Inés. Apartó su vista que había estado clavada en la calle durante un buen rato para responderme escueta y negativamente y volvió a su tarea que se notaba a simple vista que le costaba horrores. No sabía si seguir indagando al respecto.
Luego de dar varias vueltas en el laberinto de calles, se excusó − Era Ben, el que siempre manejaba… −
Frenamos frente a una construcción con un pequeño patio frontal con césped bien cuidado detrás de unas rejas blancas.
Pancután se bajó y yo lo imité, mirando todo alrededor. El lugar no parecía nada extraño y quizás esa era la mejor cobertura contra los fisgones. Abrió la puerta de rejas, y caminó los pocos pasos hasta la puerta de metal en la entrada de la casa, mirando una cámara colocada por arriba del dintel. Sonrió, y la puerta se abrió con el típico chillido eléctrico.

Me hizo pasar a una sala de estar, con decoración minimalista, ventanales que daban a un patio interno en la pared más alejada, la chimenea de piedra y unos sillones de cuerina blanca, era lo que más destacaba. No podía sentir nada en el lugar. − No toqués nada. Esperá acá. − advirtió mientras se adentraba en un pasillo lateral.
Observé las cámaras repartidas en la habitación y no me costó mucho darme cuenta que no había puntos ciegos en la distribución. Miré por las ventanas, y vi tres perros de considerable tamaño que miraban hacia mi dirección, interesados.
Los vidrios de todas las ventanas, incluyendo por las que yo miraba estaban ahumadas y por lo que apreciaba, no se veía hacia el interior.
Escuché pasos en el pasillo. Levanté con mi mente, los ceniceros de cristal de la pequeña mesa al lado del sillón, y los hice rotar a mi alrededor. − Técnicamente no toqué nada… − hice la broma, creyendo que Pancután había regresado. En su lugar, vi un hombre corpulento, de baja estatura, y de pocos cabellos blancos en su cabeza.
− Continue, continue… quise verlo con mis propios ojos. − dijo divertido, agitando en círculos su mano derecha. Pancután se tapaba la cara con su mano, mientras maldecía por lo bajo ser él quién me conocía.
− Puedo dejarlos orbitar mi cuerpo un rato mientras hablamos, Señor … − hice una pausa para que él completara la frase con su nombre. − Jefe… − dijo mientras se acomodaba en el sillón blanco y me indicaba otro sillón enfrente de él.

Se notaba que el anonimato era parte de su trabajo, y se me ocurrió un aire a agente secreto de película. Le seguí el juego.
− Pancután me dijo que quería verme − dije mientras me acomodaba en mi lugar. Quería ver qué era lo importante que tenía para decirme, pero tenía también el agrio sabor de la posibilidad de escuchar algo que yo ya sabía.
− Respondemos a una organización mucho más poderosa e influyente que cualquier otra en todo el territorio. Tanto así, que el mismo Servicio Secreto se comprometería si así lo demandamos… Por supuesto no tengo prueba alguna de lo que estoy diciendo, porque así lo demanda la misma organización. − se cruzó de brazos, mientras lo decía.

La charla llevó varias horas. Tiempo que se tomó en contarme varias cosas que yo sospechaba, pero que ellos tenían evidencias concretas. Era evidente que conocía sobre mí, incluso algunas cosas que no le había contado a nadie. En la charla salió el tema de mi viejo enemigo Artelex, que según me comentó, había estado trabajando con varias empresas ficticias buscando lo que “el Jefe” llamó Las Puertas de la Metrópolis.
Acerca de estos lugares, también tenían mucha información y lo entendí como puertas dimensionales a un lugar que coexiste con nuestra realidad, pero donde la magia y la tecnología trabajan juntas para beneficiar a una raza aristocrática de Arcontes Celestiales, que manejan la realidad humana a su gusto. − Un cuento de ciencia ficción muy bien contado. − mi pensamiento se estaba debatiendo entre creer por lo que sé o irme y dejar a estos lunáticos atrás para volver a mi rutina centenaria en el mundo ignorante.
El Jefe seguramente había dado esta misma charla a varias personas antes de mí y mi reacción no le pareció extraña.
− Muchas cosas de lo que le cuento son recuerdos reprimidos de cientos de cordobeses que fueron indagados por nuestros psiquiatras expertos en los últimos cincuenta años, y casi todos dieron la misma información sin conocerse entre ellos, siquiera. Uno de ellos es Ben. −
En aquel momento se me antojó llamar a Inés, para ver si lo que estaba escuchando era verdad.
El tono del celular de Pancután sonó, con el rift de guitarra apropiado para la situación: “The Call of Ktulu” y lo dejó sonar unos cuantos segundos antes de responder. El Jefe miró su reloj − tan puntual como siempre… algunas cosas no cambian. − exclamó mirándome.
“Ya era hora que llamaras…” escuché el susurro de Pancután y afirmó con la cabeza, mientras le pasaba el teléfono al otro hombre.
− Hermana Inés… − comenzó su conversación, y una gran sonrisa se le dibujó en su rostro regordete.
Una serie de afirmaciones y negaciones sucesivas eran todo lo que salían enérgicas de su boca. − Venga a la oficina en Córdoba y veremos cómo podemos ayudarnos mutuamente. ¡Sí! − finalizó la conversación y cortó la llamada.
− Parece ser que la Hermana Inés tiene mucha más información acerca de su conocido que nosotros. Así que esperemos a que ella venga y continuamos con nuestra charla. − se despidió diciéndome que Pancután me buscaría cuando estuviesen listos para la reunión.

Inés me llamó caída la tarde. Me comentó que ya estaba en la ciudad y no le sorprendió ver que yo ya estaba al tanto de los detalles de su venida.
− Supuse que el Jefe te buscaría. Y seguramente está viendo el momento y la oportunidad para ofrecerte que trabajes con ellos… pero charlemos de esto en persona. − parece que sus ideas ya se habían aclarado.
Quedamos en juntarnos en un café a unas cuadras de mi departamento, pero me advirtió que quizás no la reconocería con su ropa de laica, y por eso estaría esperando en la puerta del café. No le preocupaba esperar ahí.
Caminé la distancia tratando de no pensar mucho, pero inevitablemente terminé recopilando en mi cabeza todos los hechos sucedidos en los últimos meses. Y es difícil no caer en la cuenta que mi vida ha dejado de ser lo tranquila que era en el primer centenario de mi estadía en Argentina. Además, no podía dejar de pensar que se podría poner peor.
Llegué al lugar y efectivamente, una atractiva pero conservadora mujer estaba esperándome en la entrada del café. Dejé pasar los autos que venían y avancé hacia ella. Ya me había visto.
En ese momento sentí una sensación muy extraña. La sensación de dejá vu, y vi a mi amigo Francisco Duarte ser alcanzado por una bala que le perforó el corazón en frente a mis propios ojos. Miré hacia todos lados, y la adrenalina en mi cuerpo me hizo reaccionar mucho más rápido de lo normal. Mucha gente me vio moverme a una velocidad colosal, lo noté en los ojos de Inés. Corrí hacia ella cuando escuché un disparo a unos 200 metros de nuestra posición y sentí la perforación en mi espalda cuando intentaba cubrirla con mi cuerpo.
Ahora era yo el que se desangraba. Mis piernas no aguantaron mi propio peso y me desplomé en la vereda. Veía a Inés gritándome, pero tenía muchos ruidos en mi cabeza.

Me disculpo por la demora en mis posteos, estas semanas estuve bastante ocupado en otra parte de este mismo proyecto y agradezco a todos los LocosCba, a Luisi y a Leyla por darme una enorme mano con eso. Ya mostraré de que se trata. Hasta la próxima.

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