(Si la jerga no se entiende, deja tu comentario abajo e intentaré responderte. Gracias por leer)
Camino al barrio Marqués, Pancután nos advirtió que Artelex estaba ligado con “Los tumba de Zumarán” por lo que buscar ayuda en “Guachines del Marqués” sería la mejor opción. Sus exactas palabras.
Cruzamos el barrio mientras veíamos a los vecinos conversando en las veredas disfrutando de un poco de fresco en la noche. Algunos tomando cerveza, sentados en grupos de a tres o cuatro. Los niños jugando debajo de los focos de alumbrado público. Un barrio tranquilo.
Pero llegamos a la zona lúgubre, las veredas un poco más angostas, y las siluetas recortadas en la penumbra daba un tinte diferente. Disminuí la velocidad para que no se viera tan hostil nuestra aparición en los límites de los dominios de la banda.
Pancután bajó su ventanilla e hizo señas con su mano abierta. Dos personas se acercaron por el costado derecho, no tenían más de 25 años. El más alto encendió un cigarro mientras inspeccionaba a Pancután con mala cara − si que tené güevos pa aparecer por acá, guachín… − dijo mientras le daba una larga seca al cigarrillo.
− ¡Qué pitiai culiá! − dijo el otro mientras lo alejaba de la puerta con el hombro. − ¡Hoooola, pá! ¿Quí onda ese cuerpo, hermano? tanto tiempo qui ni aparecei por el barrrio − se dirigió a Pancután mientras lo saludaba enérgicamente tomando su mano y golpeando suavemente su hombro derecho contra el hombro del narigón, que se había asomado por la ventanilla del auto.
− Laburando a full, Rulín … como siempre. − respondió Pancután − ¿y vos? ya te curaste del hombro por lo que veo. − el joven afirmó con la cabeza − no era pa tanto, tampoco. Un tiro, pero nada má, pa. −
− Ando buscando al Alexis ¿lo has visto? − preguntó Pancután luego de la cordial introducción. Rulín, como le llamaban, habló algo por lo bajo con su compañero y nos dió las indicaciones. Encontraríamos a este Alexis, en la casa Mirta, su hermana mayor. Pancután nos indicó el camino.
En el tiempo recorrido, nos adentramos en la “zona linda” del barrio, calles amplias y veredas decoradas y enrejadas. Al pasar un bulevar tomamos por una de las calles diagonales, las luces en estas cuadras no funcionaban o habían sido rotas, las luces del auto marcaban el camino, pero sabíamos que nos estaban vigilando desde que entramos.
− Rulín ya debe haber avisado que veníamos. Estos se manejan así. − dijo Pancután, mientras martillaba el revólver 45 en su sobaquera − … de Alexis me fío, pero no digo nada del resto de matones viven por acá. − dijo. Inés también preparó su arma.
Al llegar a la mitad de la siguiente cuadra, nos cortó el paso un tipo de enormes proporciones. Aunque he visto más grandes, encontrar a alguien de 2 metros de altura y 150 kilogramos, es difícil en este este mundo. Sus manos se juntaban frente a su pelvis, y en su mano izquierda sostenía un Glock 10 milímetros. ¿Dónde la habrá conseguido? se me cruzó por la cabeza, siendo un arma de uso militar.
− ¡¡De todos los matones, tenía que ser el Colo!! − gritó Pancután, con fuerza asomando levemente su cabeza por la ventanilla.
− Narigón, bajate del auto y soltá los fierros. El Alexis ia sabe que veniste, pero no te queremo acá, guachin. − dijo, sacudiendo el arma un par de veces enfrente de las luces de mi auto.
Miré a Pancután, esperando que diga que debíamos hacer. Nos iba a costar demasiado caro intentar pelear contra este tipo, pero sería un viaje en vano si no conseguíamos hablar con Alexis.
− Eugenio, dejame llegar hasta la casa de la Mirta y después arreglamos los problemas. − respondió Pancután, pero al Colo no le gustó nada que le llamaran por su nombre. Lo vi en su mirada y me preparé. Su mano se movió rápidamente y apuntó hacia mi compañero. Moví su mano justo a tiempo para que el disparo pasara por arriba del techo del auto, era muy fuerte para dominarle su cuerpo, pero he entrenado mucho en este poder y sé controlarlo a la perfección. El tipo me miró, porque sabía que era yo quien estaba haciendo girar su brazo e intentó ayudarse con la otra mano, pero hice se disparara en la pierna derecha, el dolor lo tiró al suelo.
En aquel momento, vimos unos 20 tipos que nos rodeaban. Cuando el primero intentó tirarse contra el auto, se escuchó el grito Alexis desde la vereda derecha. − ¡¡La cortan, caarajo!! − y todos quedaron en silencio. − Pero Alexi, le dispararon al Colo. Estos guachos que se creen… − increpó uno del montón. − El Colo se maandó sólo y ellos taambién tienen fierro. ¿qué peensaban? … yaa sé que el Nariigón tiene güevos pa venir por el barrrio despue del quiloombaso que hizo, y que el Esteban, el Ioni y el Matu caieron en cana por su culpa. Pero por ahí viene a disculpaase. ¿o no? − no espero a la respuesta y continuó − … bajen del auto, mierdas − y golpeó el techo, del lado de Pancután.
Ya veía que eso terminaría en una balacera, pero Pancután sacó su arma por la ventanilla con el caño hacia arriba y sosteniéndola con un dedo, abrió la puerta y bajó. Inmediatamente alguien le quitó el arma. − … cuidado con eso. Voy a necesitarlo más luego… − advirtió y me hizo señas para que también bajara.
Inés estuvo indecisa unos segundos y luego bajó.
− Aaah, bueeeno. ¡Qué hermosa guacha, papá! − dijo Alexis mientras se dirigía hacia la puerta trasera. Cerré la puerta y me miró fijamente. En la penumbra no creo que vaya a poder verme, pensé.
− Acá no se ve unaa mierda. Vamo aadentro. − dijo mientras alguien nos revisaba buscando más armas. A Pancután le encontraron varias más.
Estaba toda la familia reunida. Los niños se asomaban curiosos desde el fondo. Alexis se sentó en el sillón enfrente de la televisión.
− ¿Qué venís a haacer aacá? porque no creo que sea a pedir disculpas. − dijo, con su mirada clavada en el televisor.
Pancután saltó con su rodilla encogida y el sonido de la mandíbula se escuchó claramente en la habitación. Los niños corrieron hacia dentro a toda prisa. Me tomó un poco por sorpresa pero reaccioné antes que los tipos que estaban en la vereda se dieran cuenta y cerré la puerta.
Alexis es un muchacho de algo más de treinta años, de contextura física masisa, criado a los golpes, de la calle y los padres. Pero Pancután lo inmovilizó en una sola acción. − Sabés muy bien, pendejo de mierda, que odio que no me miren cuando me hablan. − dijo mientras le presionaba la garganta con la rodilla. En su otra mano, un pequeño filo le estaba perforando la ropa a la altura de las costillas. − … si vuelvo al barrio, ¿cuál es? … vengo porque te iba a dar una oportunidad para que vos y los muchachos tuviesen unos mangos para el asado. Pero el señorito se quiere hacer el gallito en frente a los otros pelotuditos que tiene por seguidores… − le volví a ver esa mirada de loco que algunas veces pone y tuve que llamarle la atención para que vea que el muchacho se estaba muriendo debajo de su rodilla.
En ese momento, otro hombre de unos cincuenta y tantos años entró en la habitación con una pistola, primero apuntó a Inés que había estado parada todo el tiempo contra la pared y al no ver que fuese una amenaza, apuntó a Pancután. Inmediatamente, Inés golpeó al hombre de costado, fuertemente debajo de las costillas, sobre el pecho y en el antebrazo. El brazo que sostenía el arma cayó sin fuerzas y la pistola rodó un par de metros en mi dirección. No me moví.
− Jo jo!! − exclamó Pancután y soltó al muchacho. − … ahora vas a escuchar tranquilito, lo que tengo que decir. Vas a decidir si me ayudas o no y luego nosotros nos vamos a casita, con todas nuestras cosas. ¿Estamos claros? − dijo palmeando el hombro del muchacho.
Alexis escuchó atentamente, tal y como Pancután le había dicho. El hombre que entró a defenderlo era el esposo de su hermana; un hombre con mucha calle y mucha experiencia mal ganada. Lo miraba con su cara muy seria.
− Estás haablando que nos caaguemo a tiro con lo tumbas de Zumarán. − dijo luego de pensarlo unos minutos.
− ¿No es algo que tienen ganas de hacer desde hace rato? Acordate del Migue, del gringo Monzón, de Papito. Todos muertos por estos guachos. Y lo que pasó con Esteban y Matu fue culpa de los quilombos que armaron en el baile de fin de año de la Mona. Justamente porque el gringo se había atado a las piñas con el Pulga de Zumarán… ¿y quien salió a defenderlo? papá − dijo golpeándose el pecho − … y cuando le clavaron la punta al gringo, fueron ellos dos que sacaron los fierros y lo cuetiaron ahí nomás al Pulga. ¿Quién es el gil otario? − Pancután se estaba desahogando de una vieja historia pasada. Quizás la venida al barrio, había servido. Obviamente, en el barrio tenían otra versión.
− Si no querés hacerlo por los del barrio, pensá en las veinte luquitas que tengo para pagarte. − Concluyó. Si algo faltaba para convencerlo, era el signo pesos en el trato.
Alexis miró al hombre unos segundos, y este le devolvió la mirada. No dijeron palabra. Al cabo de unos segundos, Alexis respondió: “¿A quién vamos a pegarle?”
− Vamos por un hijo de remil … llamado Artelex, pero vos ocupate de su bandita. Los Tumba de Zumaran… − respondió Pancután, apretando con fuerza la mano del joven − … de Artelex, nos ocupamos nosotros. −
Gracias por la paciencia, acá les dejo el nuevo episodio y espero que les guste. Por ahí la jerga cordobesa no se entienda. Si es así, dejen su comentario abajo y trataré de responder.
Que lo disfruten.
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