martes, 2 de enero de 2007

012 - 2 de Agosto

He pasado una semana en la casa de Francisco, pero nada extraño a ocurrido. Intenté que la teniente me llevara a la oficina de Francisco, pues yo no sé dónde es. Pertenece a la Universidad Nacional, pero no está dentro del campus; pero ella fue reacia desde el principio a la idea, porque necesita órdenes y papeleo que parece que no quiere hacerlo y solo se negó. Hoy haré el ultimo intento, porque tengo la certeza que ahí podré encontrar algo más.

Salí de la casa en un taxi que llamé por teléfono. Me cercioré que no había alguien vigilando la casa y me dirigí directamente a la comisaría para encontrarme con la noticia que la teniente no estaba en servicio ese día. Después de todo es un humano como cualquier otro, tiene derecho a tener esos días de descanso.

En la oficina de recepción, un agente me llamó hasta su escritorio, a un costado. El recinto estaba casi vacío, y el agente solo revisaba unos papeles cuando yo entré a hablar con el oficial de guardia.

“¿Usted es Enrique Fibel?” me preguntó luego de mirarme y seguramente cotejar mi identikit o la descripción que había recibido. “Soy yo” respondí, deseando que no me pidiera identificación. No por el hecho que la llevara o no, sino que siempre me preguntan la misma idiotez sobre mi nombre, y tengo que decir alguna excusa que terminan sin creer. Suerte para mí, quizás ya me conocía o no tenía ganas de preguntar demasiado, porque directamente me entregó un pequeño sobre blanco y me pasó una planilla con unos datos. “Firme acá” me explicó señalando una cruz en una casilla de la planilla.

Abrí el sobre y dentro encontré una tarjeta que especificaba “Teniente Miriam Albizo”, un número de teléfono y un teléfono celular. Giré la tarjeta casi instintivamente y detrás tenía escrito con lapicera “llámeme cuando pueda”. Agradecí al agente y salí de inmediato del recinto, ya con mi celular en la mano.

Su voz sonó clara y apacible, la saludé y ella supo que era yo; se notaba que estaba esperando mi llamado. Quedamos en juntarnos en D-bar, en la zona céntrica. Es un buen lugar para hablar tranquilamente y disfrutar de una buena comida o una cerveza con los amigos.

Las mesas de afuera estaban todas ocupadas, a pesar de la baja temperatura. Tienen funcionando unos calefactores individuales, puestos entre varias mesas que hace perfecto el ambiente. Sin embargo ella no estaba sentada ahí, así que entre decidido como si siempre hubiese sabido que ella esperaría adentro. Con la misma resolución caminé por el pasillo derecho y me dirigí a las mesas que estaban contra la pared lateral, ahí estaba sentada. Vestía ropa de civil, y no fue menos impactante que en su uniforme. “Buenas Tardes. ¿puedo sentarme?” dije con tono amigable, con la diplomacia de la que pretendía valerme para obtener el viaje a la oficina de Francisco. Ella asintió con la cabeza, noté que ella también acababa de llegar, su sobretodo aún colgaba de sus rodillas.

Un mozo se llegó con un menú y extendió el brazo para recibir nuestros abrigos.

“No creo que me haya dicho toda la verdad” fue directo al punto y sentí como ácida su falta de tacto. La miré directamente, esperaba intimidarla de alguna forma para que se arrepintiera de no hacer un preludio, pero no obtuve la reacción que yo quería. Mis ojos miraron la mesa “yo le digo lo que sé, pero quiero un favor a cambio” sabía que debía tomar el camino de la diplomacia, porque esta mujer era como un fuerte protegido por la mejor legión de enanos gladiadores; debía tener algo para intercambiar si quería sacar el provecho que deseaba. Ella sonrió con satisfacción, seguramente había especulado sobre mis conocimientos del tema, pero ahora ya estaba segura.

El mozo recibió nuestra orden, y fue un respiro en el silencio que se había creado, por algunos momentos me pareció que no respiraba. De alguna forma mi presencia le incomoda y eso lo noté claramente. “¿Le sucede algo? ¿Se siente bien?” pregunté con algo de sarcasmo en la voz. Pero ella solo negó con su cabeza. “¿Por dónde debo empezar?” me pregunté en voz alta, para que ella tomara algo de confianza. Una de las razones por las que no me involucro con mucha gente, es el hecho que la mayoría siente inconscientemente mi poder mental; quizás no sepan explicarlo con palabras, pero así como Miriam, muchos se quedan sin saber como reaccionar ante mi presencia. Con el paso del tiempo me he acostumbrado, pero es obvio que este mundo no está listo para los Maestros del Sendero.

“Conocí a Francisco hace como 20 años atrás, en un viaje que hice por las rutas de Formosa. Desde la misma noche que lo conocí, hemos sido amigos” así comencé y ella escuchó atentamente las anécdotas que le relataba. En ningún momento cuestionó ninguno de mis argumentos, ni relatos, me hacía preguntas y yo trataba de responder sin ahondar en mis detalles.

Al final de nuestro almuerzo que se había prolongado hasta las 16 horas, mas o menos. Ella accedió a llevarme a la oficina donde trabajaba Francisco, quizás con la esperanza que yo encontrara algo más en el lugar; la misma esperanza que yo tenía.

Salimos juntos de D-bar, pero mi paranoia, siempre bien justificada me dijo que algo no estaba bien y fui mirando a todos y cada uno de los clientes del lugar. No encontré nadie sospechoso, pero eso ya me había engañado en el pasado, así que puse mucho cuidado esta vez.

“¿Anda en su automóvil?” pregunté y ella me respondió afirmativamente. “Lo dejaremos acá, si no le parece mal. Tomemos un taxi” le expliqué. Ella me miró extrañada, pero mi rostro era serio, así que entendió de alguna forma la proposición. Cruzamos la calle, ella me seguía a paso rápido, y en un momento hasta se tomó de mi brazo. En la cuadra de enfrente, estaba la entrada al Hotel Casa Grande Apart y es más fácil conseguir un taxi ahí. Vi un hombre salir apresurado de entre las mesas exteriores de D-bar y subir a un Peugeot 407 gris. Sobretodo largo, cabellos rubio y corto al estilo militar, definitivamente lleva algo debajo de su abrigo, quizás una espada. Aunque los vidrios polarizados no dejaban ver claramente el interior, sé muy bien que hay dos hombres más.

Subimos en el taxi, y ella guió al conductor por las calles céntricas de la ciudad. Yo no le perdí ojo a nuestros perseguidores, pero no dije nada al respecto. “Llegamos” dijo ella, pero yo le pedí que continuáramos dos cuadra más. Ahí nos detuvimos, en el Parque Infantil y me pareció como providencial que sea en este lugar. “Perdón por todo esto, pero nos siguieron todo el tiempo. Incluso en el bar” le expliqué. Miré por sobre su hombro y vi a dos hombres salir del automóvil. “Seguramente no han conseguido aún la investigación de la que usted habló” me respondió mirando ella hacia un costado. “Confíe en mí” dije y la tomé del brazo. Caminamos rápidamente hacia los árboles centrales del parque. En el lugar había poca gente porque el día estaba frío, incluso a esa hora de la tarde el sol calentaba tímidamente entre los árboles. Nos cubrimos detrás de un árbol muy anciano que reinaba casi en el centro del parque. “¿Puede confiar en mí?” Dije nuevamente, y ella afirmó con su cabeza. “Cierre los ojos” le ordené. Me miró con sus ojos como espejos y nuevamente sentí esa inocente vergüenza y sonreí.

Cerró los ojos despacio, creo que se dio cuenta que no teníamos mucho tiempo antes que llegaran. Recordé el lugar que ella había señalado dos cuadradas antes de bajarnos del taxi. La tomé de los hombros y sentí un cosquilleo en la punta de los dedos. Cerré los ojos y al abrirlos unos segundos después vi la entrada al edificio que ella había señalado.

Ella abrió los ojos y no podía creerlo, estaba muy desorientada “¿Qué fue lo que hizo? ¿Esto que es, magia?” mi sonrisa se dibujó nuevamente, “Está lejos de ser magia” dije. Creo que en ese momento vio todos los años que no se notan a simple vista en mi rostro, vio toda mi experiencia y sintió miedo, pero aún así me sonrió.


~ Próxima Entrega 4 de Enero del 2007 ~

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