domingo, 4 de febrero de 2007

018 - Él veía más allá

Aquella noche tanto Raúl como los niños quisieron ver algo de mis poderes, y como nunca lo había hecho desde que llegué a esta hermosa tierra, se los mostré. Ante la vista atónita y los ojos atentos de los tres vieron flotar los platos en el aire, me siguieron con la vista mientras acomodaba los objetos de la habitación moviéndome velozmente, e incluso vieron que mi brazo se unió a un cuchillo como si fuesen una gran arma. Les dije que podía curar mis heridas, he incluso las heridas de otras personas, y que podía vivir días sin comer o tomar agua, solo absorbiendo el poder del sol y muchas otras cosas, pero lo más sorprendente para ellos fue ver mi pequeña bolsa de cuero y mirar como sacaba de ella varias cosas, incluso más grandes que la misma bolsa. “O sea que cuando yo te conté de la bruja, ¿sabías que era cierto?” Me preguntó Rodrigo luego de escuchar algo de mis historias en el gran desierto. “No puedo dudar de las cosas, porque mis ojos han visto más que cualquier otra persona” dije con una sonrisa. Creo en hadas, aunque nunca las he visto. “La historia que más me gusta es Peter Pan. Ese espíritu de juventud eterna siempre me hace sentir bien” todos rieron pues creo que ellos sentían igual. “Tío cuéntanos alguna historia de miedo” dijo Rodrigo, y le sonreí dudando de hacer caso del pedido del pequeño.  “Quike, ¿has conocido a alguien que creyera de la misma forma que vos?” Me preguntó Ali, y la pregunta me sonó extraña, pero vi sus ojos atentos, esperando una respuesta y traté de hacer memoria para responderle, cuando se me vino a la mente aquél hombre, don Rafael Von Falken Housen. “Conocí alguien así, una de esas personas dispuestas a creer en todo lo que ven, y en lo que no ven pero presienten que también existe. Puede ser una bendición, o una maldición en otros casos” respondí. Córdoba, Septiembre de 1926. Hacía un tiempo que había llegado a Córdoba, y todavía buscaba respuestas a los por qué y cómo de todo esto. Extrañaba muchísimo mis amigos de las tierras malas y sobretodo extrañaba la quietud de mi balcón en el barrio de Mercaderes de Tyr. Quería regresar. Gracias a un empleo temporal en la Universidad Nacional de Córdoba, tenía permiso para el acceso en las bibliotecas de las distintas facultades dentro de la Universidad y aproveché para leer cuanto pude, pero ninguno de los textos que encontré me satisfacía. Ninguno hacía referencia a eventos paranormales, pero hablando una mañana con la encargada de la Biblioteca Pública me dijo que si yo tenía posibilidad de leer  esos textos, entonces tenía que buscar una tesis realizada en el año 1921 por el Licenciado Rafael Von Falken Housen, alumno egresado de la Facultad de Psicología de la Universidad en ese año con un sobresaliente puntaje gracias a una teoría sobre la Esquizofrenia y Eventos Paranormales. Al día siguiente de esa charla me dirigí a la biblioteca de esa Facultad y busqué aquella tesis. No me fue difícil de localizar, el encargado me dijo que era uno de los textos más buscados y por esta razón habían tenido que realizar varias copias. Me prestó una por tres días. Leí atentamente el texto completo y realmente me sorprendió muchísimo, hablaba desde un punto de vista muy concreto y científico sobre esta enfermedad y sobre el hecho particular y puntos comunes en varios pacientes cuando se trataba de eventos paranormales, como visiones de gente ya muerta, o incluso criaturas sobrenaturales. A lo largo de su tesis demostraba el contacto de estas personas con aquellos seres. Nombraba a un supuesto don Fidel Romero, me imaginé que su nombre era ficticio. Habían encontrado a este hombre en su habitación casi vacía, donde había dibujado unos extraños gráficos tanto en el suelo, como en el techo y la tarde que su sobrino lo encontró, estaba tirado en el suelo, desnudo y el cadáver de su esposa y su hijo de la misma forma. Lo condenaron a más de 40 años de prisión, pero él no recordaba lo sucedido, solo alegaba que habían invocado a un Antiguo. Don Rafael lo trató durante casi un año completo a este hombre, en sus prácticas en la Facultad de Psicología. Pero mi curiosidad e imaginación iba siendo alimentada con cada palabra y al final del tratado y resolución, ya había entrevisto las miles de suposiciones que hacía acerca de estos “monstruos imaginarios” que yo sabía que él mismo trataba de evitar y atraer. Llegué a pensar que el licenciado había creído o visto en su cabeza aquellos horrores que su paciente le había comunicado. ¿Era aquella tesis una forma de comunicar con germanías a los lectores atentos acerca de un mundo secreto bajo nuestros propios ojos? La piel se me erizó de solo pensarlo, de pensar que podía ser verdad, pero yo era el menos indicado para descreer eso. De alguna forma me preocupaba el resto de la gente, no sé. Al devolver la tesis a la biblioteca pregunté si sabían dónde podía encontrar al prestigioso Licenciado. El encargado me miró con su cara apacible “En el manicomio de Oliva. Está internado desde hace cuatro años” su afirmación fue tan contundente que no pude pronunciar palabra y de alguna forma tardé en asimilarlo. Pero estaba dispuesto a hablar con él, si eso era posible. El asilo de Oliva era una institución que había sido fundada en el 1904, en el hermoso pueblo de Oliva, en las sierras de Punilla, Córdoba. El viaje me tomó unas dos horas desde la capital, en la mañana del sábado. En la recepción preguntaron todos mis datos, y como era día de visita, no hicieron mucho problema a que yo viera al hombre, que no recibía visitas desde su internación. Esperaba verlo en el soleado patio del asilo, pero el hombre no era muy adepto a la luz del sol y me llevaron por los pasillos de uno de los pabellones laterales. El lugar aunque estaba bien iluminado, parecía sombrío y triste. Solo podía escuchar lejanas y apaciguadas quejas de los enfermos en sus habitaciones. El enfermero se frenó enfrente de una puerta y la abrió con una de las tantas llaves que colgaban un enorme anillo de metal en su cinturón. “Una visita, adelante. Pase a mi humilde habitación” dijo el hombre sentado en una cama sencilla con sábanas blancas. El lugar era parco y de un color uniforme, la luz del patio entraba por una ventana alta en la pared trasera. No había otra cosa en la habitación que la cama y el hombre. Su rostro era pulido, sus cabellos rubios caían a su espalda y estaban recogidos en una cola a la altura de su cuello, un bigote muy pobre formaba un candado con su barba prolija, su piel muy blanca. No vi señales de locura en sus ojos que me miraban alegres. Me presenté y le comenté cual era mi motivo para la visita, que no era otra que saber más sobre aquel evento que su paciente había vivido. Me miró suspicaz, pero al instante su cara se iluminó “Hay hombres tan desesperados en la vida que son capaces de enfrentar los terrores más grandes para solucionar problemas que salen de su alcance” me respondió. Supe que él sabía lo que estaba diciendo, por propia experiencia. Cerré mis ojos para sentir mejor sus palabras. El lugar se hizo amplio y sentí el miedo que inundaba cada celda del pabellón, miedo a muchas cosas, pero que tenían un mismo nombre, antiguo y primitivo. Y poderoso. Cuando abrí mis ojos, vi directamente sus ojos fijos en mí. “Es impresionante conocer una persona que puede sentir lo que usted” dijo y sus palabras ahogaron todos los sonidos “no me sorprende porque está aquí” él sabía lo que yo había hecho un minuto atrás. Levantó lentamente sus manos con sus palmas hacia arriba hasta la altura de su barbilla, no pude ver huellas digitales en ellas. El cielo se oscureció por completo y la habitación se llenó de sombras. Sus ojos no se apartaban de mi rostro. Las paredes se cubrieron de manchas verdes desde el piso al techo. Él no se movió, pero escuché gritos que retumbaban en el pasillo provenientes de las otras habitaciones. Las manchas habían ganado toda la pared, salvo en algunos lugares. Miré dibujos que estaban escritos ahí, aún en blanco. Se me ocurrió que él mismo había dibujado aquellos símbolos, quizás con sus propios dedos. En la pared cabecera, había dibujada una enorme espiral y por un minuto la vi girar sobre su eje. Creo que él también lo sintió, pues su rostro mostró desesperación por un instante, pero luego resignación. “Yo ya lo he visto a los ojos” dijo, y vi lágrimas en su rostro. La espiral comenzó a moverse mas vertiginosamente y noté las palabras y símbolos sacudirse en las paredes. Una sombra enorme y negra como la noche apareció en el símbolo que seguía girando sobre su eje. Quería cerrar mis ojos, pero sabía que el miedo sería ahí lo que podía matarme, y seguí mirando. Grandes extensiones salieron de esa sombra. Parecían tentáculos de un gran pulpo, que envolvieron la cabeza del hombre, tal y como lo hacen los illitith de mi mundo y de un tirón le robaron la cordura. La habitación se iluminó en ese instante, como si nunca hubiese sucedido nada. Pero la vista del Licenciado Rafael Von Falken Housen estaba perdida, sus pupilas eran opacas y su rostro enajenado. Mis ojos se sentían húmedos, y vi tristeza en el rostro de los tres espectadores. “Creo que no fue buena idea contarles esto” dije casi para mí. “No te preocupés Quike, ahora contanos algo bueno” respondió Alicia, su rostro ya se había calmado.


(Las fotografías que aquí se muestran, son de mi autoría. Por favor, no usar sin mi consentimiento)

~ Próxima Entrega 9 de Febrero del 2007 ~

3 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Hooola hace mucho no me pasaba por aka...pero definitivamente sigues escribiendo genial!!! felicitaciones!!!

Anónimo dijo...

jjee jee muy bueno, me describiste muy bien.

nos vemos en los mundos de la piel amigo mio


pd: cuidado con los nefaritas eee quiero decir los criticos