miércoles, 16 de septiembre de 2015

035 – Fantasmas del Pasado – 3ra Parte



El lugar apestaba a heces, y por mucho esfuerzo de voluntad que pusiéramos, costaba demasiado respirar normalmente.
– Entre,… NO… haga… que… salga… a… buscarlo...  – dijo en tono amenazante. La habitación estaba en penumbras y aun teniendo poca visión, me imaginé que lo habían atado a la cama de pies y manos. Su cabeza se sacudía de un lado a otro, como haciendo el esfuerzo para desatarse, pero no lo conseguía. Mordiendo de lado a lado. De repente se detuvo en su esfuerzo, para mirarme al entrar.

– Si hubiese estado… aquí cuando lo necesité… señor Quike… seguramente todo hubiese… sido diferente… – su voz mantuvo el mismo tono, pero era menos pausado.
Vi su mirada torva y la cara hinchada, a tal punto que algunas venas le sobresalían discordantes.
– Estuve sola mientras agonizaba… mientras mi esposo… lo buscaba por las… ciudades… con la esperanza… de encontrarlo. – continuó. Sabía que era doña Juana la que hablaba y por fin entendí el origen de su odio. – Don Quike… puede curarte. Decía… – casi escupió las palabras.
– No tengo porque justificarme, ni buscar excusas, doña Juana. Solo diré que lamento que no me haya encontrado. Sino quizás hubiese podido hacer algo por usted. – sentí su ira, porque sabía que mis palabras eran ciertas, pero también explícitas, pues también estaba la posibilidad que yo no hubiese podido hacer nada por ella. Pero se seguía aferrando a ese sentimiento que la mantenía con fuerza en este mundo.
– Está de más decir que usted ya no debería estar aquí. Porque lo que es justo, es justo. Y su tiempo aquí ya pasó. Y ahora sólo está viviendo… – sentí la presión de su furia –… ¿qué sabe usted de Justicia?... yo debía vivir para… siempre. Ese… era el trato. – la voz retumbó en casi toda la casa. Los perros aullaron en el patio para acompañar su dolor.
Vi sus ojos brillando en la penumbra.

– ¡Así que esto es lo que es! No es la misma persona que yo recordaba, aquella mujer sincera y apasionada, quien amaba a su marido. Me da pena por usted. Lo único que queda de ella es esta furia. Su alma ya está consumida y condenada a la nada. – la cama comenzó a sacudirse y moverse de un lado a otro. En la habitación no había nada más, porque si no seguramente hubiese volado por los aires. Yo casi me sentía flotando en su fuerza.
Inés se había parado a mi lado, con los pies bien aferrados al piso. Los demás esperaban fuera de la habitación.
– En el Nombre de Jesús, en comunión con la Santa Iglesia de Cristo. Ratifico mi fe en el Santo Nombre de Jesús y en Su Preciosa Sangre. – Inés ya había comenzado con sus oraciones, el rosario de madera entre las dos manos. – In nomine Iesu resigno peccati Abrenuntias satanae et operibus; Iesu Christi in totum dabo gloriam. – continuó, sus ojos cerrados y totalmente concentrada en su acto. El cuerpo del pobre Alfredo se retorció hacia adelante y hacia los costados, casi a punto de partirse al medio. La cama zapateó hasta elevarse por el lado de la cabecera.
– ¡Niña torpe! … tus oraciones no sirven de nada… ¿no te has dado cuenta que tus palabras sólo sirven para alimentar mi furia? – escupió casi gritando. Un vómito rojizo le manchó el pecho.
Saqué la cimitarra de mi pequeña bolsa.
–... En el Santo Nombre de Jesús cúbreme con su Preciosa Sangre, libérame Señor y libera a este tu súbdito, libera a este quién escucha mi Oración… – Inés hacía un esfuerzo para mantenerse en pie en el lugar.

Los brazos de Alfredo se tensaban al máximo para romper los tientos de cuero, pero Ramón había hecho un buen trabajo atándolo. Su piel ya estaba lacerada y la sangre había ensuciado el colchón. Gruñía y gemía. Pero Inés continuaba con su exorcismo. Cada palabra era un potente latigazo a los oídos de doña Juana; pero las fuerzas de Inés también estaban siendo puestas a prueba.
–... Cristo ha vencido al Demonio en la Cruz ¡saca al enemigo fuera de mi vida para tu honor y gloria! En el Santo Nombre de Jesús cúbreme con tu Preciosa Sangre Jesús, libera a tu pueblo ¡libéralo Señor! – Sus palabras firmes y con convicción tuvieron efecto inmediato. Pero la vi caer al piso en el mismo momento.
El espíritu de doña Juana se desprendió del cuerpo del joven Alfredo que se desvaneció y quedó sujeto sólo de las ataduras.
Los ojos del espíritu brillaban como ascuas oscuras. Se disparó contra Inés a toda velocidad.
Ayudado un poco por la fuerza que nos movía de un lado a otro, salté para pegarme al techo y cortar a través de la furia de doña Juana, cuando ésta pasó junto a mí. Pero mi espada la atravesó sin efecto alguno.
– No puede hacerme daño… Quike. Su mundo no puede hacerme daño… – dijo riendo, mientras arremetía contra Inés, quién no pudo defenderse y fue lanzada contra la pared. Su espalda rebotó y cayó al piso vomitando un poco de sangre.
– ¿No me quería a mí? pues aquí estoy… – grité. Pero no conseguí apartarla de la Hermana Inés.
– Puedo encargarme de usted, cuando termine con ella… don Quike. Usted no podrá hacer nada al respecto. Ella es la única que puede alterar mis nervios… ¿vio? – se echó a reír nuevamente. –… usted no puede hacer nada al respecto. – sus ojos se avivaron y levantó a Inés de la garganta. Sus dedos casi invisibles comenzaron a estrujar a la joven.

Cambié de mano la cimitarra. Me concentré y mi puño comenzó a brillar tenuemente con un brillo púrpura. Corrí, por el techo y salté en el último segundo abanicando un golpe de costado. Mi fuerza psíquica la golpeó de lleno y sentí la resistencia del aire al atravesarla.
– Sabe tan poco… y actúa en esa ignorancia. – dije, mientras la golpeaba nuevamente. Se separó de Inés unos cuantos pasos. La cama se elevó unos centímetros del piso y fue lanzada por los aires hacia nuestra dirección. Alfredo iba a golpear de lleno contra la pared, y peor, la cama de metal podría habernos matado o dañado gravemente. Calculé el peso y proyecté toda mi fuerza para detenerla en el aire. El esfuerzo fue grande.
La cama se frenó a unos centímetros de nuestras caras, y cayó inofensivamente. Pero no pude resistir caer sentado al piso.
Vi a Inés levantarse y tomar mi cimitarra. Cortó los tientos que ataban a Alfredo y lo bajó de la cama, mientras seguía recitando alguna oración por lo bajo.
Doña Juana retorcía la cara como si cada palabra le doliese. La convicción de Inés realmente era poderosa. Se paró sobre la cama, con la espada en su mano derecha, con la hoja recta hacia adelante y su mano izquierda extendida. Esa postura yo la conocía. Ben la había hecho en algunos de los combates que tuvimos. El Espíritu se lanzó hacia ella para embestirla nuevamente, pero Inés ya lo había visto. Saltó hacia adelante con la espada extendida. – KIAAAAAI!!! – gritó, y un destello se desprendió de la espada partiendo la furia en dos.
El rostro de doña Juana fue de sorpresa, mientras se desvanecía. Luego de eso, no volvimos a verla.

En la madrugada de esa misma noche, nos fuimos hasta el cementerio de la ciudad a unos diez kilómetros de distancia y buscamos la tumba de doña Juana. Jimena se estuvo debatiendo un largo rato, si venir con nosotros o quedarse en el hotel, hasta que por fin se decidió a acompañarnos, aunque se quedaría en el auto, alumbrando hacia el predio. Ya había tenido suficientes historias de fantasmas, como para contarle a toda su descendencia, durante mucho tiempo.

No teníamos todos los permisos necesarios para exhumar el cadáver, pero la verdad en ese momento nos preocupaba más la posibilidad que doña Juana volviera por venganza.
Destapamos el cajón y no nos sorprendió encontrar el cuerpo totalmente revuelto y retorcido, como si hubiese querido escapar, más de una vez.
Inés llevó a cabo los ritos de purificación del cuerpo: algo que realmente no entiendo, aunque lo he visto hacer muchas veces. A diferencia de otros sacerdotes y monjes, Inés optó por cremar el cuerpo luego de cubrirlo de sal.

Aún me quedaba una duda y sabía que quizás otro momento sería inoportuno. Así que mientras esperábamos que el cuerpo se consumiese y luego de cubrir el cajón con la ceniza adentro, le pregunté. – Esa última maniobra que hiciste usando mi espada. ¿La sabías desde antes? porque se la he visto hacer a un amigo. Y quizás es la persona a quien hacías referencia en tus recuerdos. –
Inés negó con su cabeza. – Nunca la había practicado. Nunca me entrené en el uso de la espada. Pero de alguna forma, sabía lo que hacía. –



Agradezco los consejos que me han dado. He intentado hacer un episodio con una forma de escritura un poco más liviana y facil de leer. Espero que les guste.

2 comentarios:

Carandor dijo...

Mejor definitivamente, pese a que fue uno de los escritos más largos, pareció corto

Carandor dijo...

CRI CRI, el tiempo volaba, parecían haber pasado, sin querer, dos semanas, y Quique Fibel no contaba de sus andanzas. Que era el tiempo para él, un ser de un mundo olvidado de la mano de los dioses, y que por azar del destino, terminó en este lugar, diferente, pero similar en algunos aspectos. La brutalidad de la vida era la misma en todas partes, con sus matices de dificultad, pero en fin.... ya vendrían tiempos mejores.

Sentado junto a un asador, viendo como un lechón se hacía, tomando un fernet con coca, Quique pensaba en todo aquello, y como un rayo un pensamiento cruzó su mente, sería posible?, no, no podía albergar tales sentimientos de esperanza, el sabía mejor que nadie, que eso no lograba nada. El actuar, el reaccionar, el hacer estaban en su ADN, en lo más profundo de su ser... quería volver, si, a su mundo, y mostrar y hacer todas las maravillas que vio en la Tierra, nombre ridículo, pero un lugar lindo en el que vivir... con agua por todas partes, verde y vida.... ahhh que sería Athas, si fuera un poco más así... Ya vendrán tiempos mejores, se dijo... ya vendrán!