De regreso en mi departamento de barrio San Martín, encuentro varios mensajes y cartas tirados descuidadamente por debajo de la puerta. Hacía meses que no estaba en este departamento, pero aun así estaba impecable. Hurgué la alacena en busca de galletas, como si supiese exactamente lo que iba a encontrar. Bajé las cosas necesarias para hacer un café y nos sentamos en silencio a disfrutar de la vista de la ciudad. Jimena, como siempre sonreía, como aliviada de presiones y horrores que había vivido en los últimos días.
Habíamos tenido una semana en Tafí del Valle, algo más agitada de lo planeado, pero después de todo había podido encontrar a Ben o como sea que ahora se llame, y eso le había puesto una cuota de buen condimento al viaje.
Después de dejar a Jimena en su casa, dí algunas vueltas por la ciudad, como para aclimatarme nuevamente, aunque sinceramente no era realmente necesario hacerlo, disfruto mucho caminar por La Cañada viendo a la gente pasear en las tardes de La Docta. La mente en blanco y sin preocupaciones. Sólo disfrutando del momento.
Apoyado en el muro de La Cañada, extraje el manojo de cartas de mi mochila y las revisé tranquilamente.
Los árboles frente a la Plaza Italia de alguna forma me hacen recordar a los jardines en la ciudad de Gulg, y sin querer mi mente vuelve a caminar bajo los viejos pilares de piedra tallados en los Jardines Reales, disfrutando de la vista de los grandes árboles siempre floridos en honor a su Reina Hechicera.
Me vi caminando los senderos de piedra caliza, mirando con asombro los enormes árboles que flanqueaban el paso, únicos en todos los páramos.
Aunque llevábamos un gran cargamento de armas y armaduras, mi despreocupación se debía a que confiaba ciegamente en los atentos ojos expertos de Ati Gande, que caminaba con paso seguro a mi lado.
El peón contratado para guiar el carro se veía algo alterado, al igual que el kank que tiraba del carro, y aunque ya lo habíamos notado, seguimos adelante. Sabíamos que era una zona peligrosa, y más aun para un grupo de viajeros de Tyr que no estaba en buenos términos con el resto de las Ciudades Estado de la región.
El kank se frenó de repente deteniendo en seco el carro y al peón que lo llevaba a tiro del tiento de su bozal.
Desde una rama a unos cinco metros de altura, vi saltar un mul, su torso musculoso, cubierto de cicatrices, los dientes apretados y una porra de hueso agarrada a dos manos. Su objetivo era claramente el gigantesco insecto que tiraba del carro.
Otros dos hombres, aparentemente humanos saltaron al camino para cortarnos el paso. El cuarto, un semi-gigante como Ati Gande apareció de la oscuridad de los árboles que ya habíamos sobrepasado.
Yo había insistido en que fuésemos sólo Ati y yo para ahorrar un poco en los gastos de nuestra armería. Y me alegró haberlo traído conmigo.
Ati Gande blandió la espada en su mano derecha, golpeando de lleno el torso del mul mientras caía, sus costillas inferiores crujieron y se partieron. Fue a golpear con un estruendo la vereda de tierra y rodó varios metros en el polvo oscuro. El tajo en sus costillas se llenó de sangre y barro.
Ati saltó hacia el mul y lo remató con su espada izquierda, atravesándolo por debajo del sobaco. No volvió a moverse.
Uno de los humanos detuvo su paso y movió las manos recitando algunas palabras y apoyando su mano en el hombro de su compañero mientras este se adelantaba. En ese momento no sabía mucho de magia, pero estaba seguro que el hechizo no me iba a gustar. El paso del segundo hombre se aceleró y vi sus manos moverse a gran velocidad. Conocía el efecto, pues yo podía hacer lo mismo. Lo imité y esperé que me atacara.
Un estrépito me hizo mover la cabeza en dirección a Ati Gande y vi al otro semi-gigante golpearlo con un tronco de árbol que usaba de mazo. Pero Ati conocía muchas técnicas y maniobras aprendidas en las arenas gladiatorias, el segundo y tercer ataque de su contrincante no fueron problemas para él. Desvió ambos ataques sin esfuerzo y continuó atacando y girando ambas espadas de forma que su enemigo no podía acercarse a él.
Sabiendo que él se encargaría del semi-gigante, me enfoqué en los dos humanos que tenía enfrente. El guerrero se lanzó al ataque a toda velocidad, abanicando su espada de hueso de derecha a izquierda. Su destreza era admirable, pero aunque en el combate cuerpo a cuerpo siempre fui menos que mis compañeros, puedo hacer alarde de mi velocidad de pensamiento. Era más peligroso el mago que había quedado retrasado. Mi apuesta fue muy simple, corrí hacia él, aún cuando sentí el golpe en mi hombro derecho.
Mis cimitarras cortaron de abajo hacia arriba y las piernas del mago se laceraron en toda su extensión. Las palabras mágicas nunca salieron de sus labios. Giré sobre mi cintura y quedé a sus espaldas.
El caparazón del kank se manchó de sangre cuando Ati cortó el estómago del semi-gigante que cayó de rodillas al suelo. Segundos después le cortó la garganta de lado a lado.
El mago quiso escapar de mi, pero mi espada se clavó a la altura de sus riñones y su energía me curó el hombro al instante. Había querido sacar algo de su morral, pero cayó sin vida con un puñado de vellón en su mano.
El guerrero corrió para refugiarse en la oscuridad del bosque, pero no me costó mucho hacerlo caer a la velocidad que se retiraba. Ati se movió hacia donde se encontraba, y lo levantó del pie.
− Como siempre decimos… usted nos proveerá. − dijo Ati, mientras lo sacudía con fuerza, arriba y abajo. Algunas piezas de arcilla cayeron de sus bolsillos.
Miré las cartas en mis manos, mientras las iba pasando una a una. Publicidades, invitaciones a participación política, unas cuantas facturas para pagar. Entre los sobres, había una que sobresalía por su textura un poco ajada y de extraña forma, incluso el olor demostraba que algo no era normal.
La mire a contraluz y la sombra reveló una pequeña tarjeta como de la mitad del tamaño que el sobre que la contenía. No había remitente, sólo mi nombre en la solapa al lado del sello postal.
Corté el sobre y sentí una sensación que me amargó la boca. Me concentré unos segundos y pude sentir los sentimientos marcados en el papel. Mucho odio.
− No debería de tocar el contenido… − escuché la voz de Pancután a unos cuantos metros de mi persona. Lo miré algo intrigado, por lo dicho y porque no esperaba que me encontrara tan rápidamente. − El Jefe me pidió que te buscara, tiene que hablar con vos... Alguien te quiere ver muerto, Quike. −
Sonreí levemente. − Tenemos mucho de qué hablar, narigón. − Le dije, esperando una reacción de su parte, pero ni se movió.
− ¡Yo no te digo pelado… vos no me decís narigón! − Sus palabras fueron reforzadas por el arma en su cinturón.
Este episodio está dedicado a mi amigo ElNero, fiel seguidor de mi blog. Gracias Nero por todos los comentarios que me haces.
4 comentarios:
Siempre un placer leerte mirkachu! Y gracias por traer a Ati Gande Babau, se lo extraña
Leído, ya me había olvidado del lema de la nueva casa mercante aún sin nombre creo "Usted proveerá" jajajaja
Che, yo también te leo guacho !!!!
Cómo que no tiene nombre la casa comercial? ?? Fue y será siempre "El Kiosco"!!!
Cómo que no tiene nombre la casa comercial? ?? Fue y será siempre "El Kiosco"!!!
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