jueves, 30 de julio de 2015

030 – Aires tucumanos – 2da Parte


La mañana pasó tranquila, cuando salimos del hotel a pasear por la ciudad, el olor a empanadas y comidas especiadas llenan el aire.

Recorrimos el lugar, se me antojó ir hasta la casa de don Jacinto Ferreira, que hacía años vivía en una modesta finca al final de la calle que ahora llaman Av. Sarmiento. No reconocí el lugar, porque estaba muy cambiado; con muchas casas en cuadras marcadas, y varias fincas de patios amplios y casas lujosas.         
Averigüé que la familia Ferreira había vendido la mayoría de sus terrenos por parcelas, hace como unos 20 años atrás, pero que en una de las casitas más alejadas vivía el sobrino nieto que trabajaba en el pastoreo y el cuidado de cabras.
Al pasar por frente de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, vimos que la gente estaba saliendo del templo y en la puerta, una monja despedía a todos con un saludo sencillo. Me acordé en ese momento de la estampita que el niño me había dado el día anterior.

Seguimos la calle pasando por varias fincas y hasta llegar casi al borde de los cerros. El hombre nos salió al encuentro acompañado por cuatro perros que correteaban a su alrededor mientras avanzaba hasta el portón de caño al límite de la propiedad.
– Buenas y santas… – saludó acompañando la expresión con la mano a media altura y a unos cuantos metros de donde estábamos parados. Los perros se apresuraron a llegar al portón. 
– Buenas, señor Ferreira, soy Quike Fibel. Yo conocía a su tío Jaco, pero me dijeron que ya no vive más acá. – mi comentario pareció extrañarle al principio y se me quedó mirando unos minutos, como asimilando lo dicho. Cuando estaba por repetirle la frase, me interrumpió – ¿El Inmortal? ¿Como el de la película? – y vi un brillo en su mirada. Escuché a Jimena reírse con la ocurrencia. – Crecí escuchando las historias que mi tío me contaba de usted, don Quike. Pero creí que eran puras historias del viejo. – dijo y echó a reír; emocionado. Se apresuró a abrir el portón y sofrenar a los perros que no perdieron oportunidad para salir a la calle.

Se pasó la tarde hablando de las historias que su tío abuelo le contaba. Don Jaco no había tenido descendencia, porque doña Juana, su esposa, había fallecido sin poder concebir. Por esta razón, Alfredo había heredado casi todo lo que quedaba de don Jaco después que se repartieran las tierras y el ganado entre todos los sobrinos y hermanos. Todavía tenía en mis recuerdos a doña Juana, muy seria la mayor parte del tiempo, pero dedicada a su esposo casi por completo. – Todos viven en la ciudad, ahora. – dijo con cierta tristeza en la voz. – En cierta forma, sigo un poco la tradición del viejo. Le costó mucho criarme después que mi papá prácticamente me abandonó en su puerta. Pero el pobre viejo, estaba ya muy demacrado por lo que le había pasado a mi tía y creo que ambos terminamos ayudándonos en esos momentos. – Nos contaba entre mate y mate que su mujer nos servía acompañados con tortillas, chipacas, y empanadillas de cayote.   
– ¿Qué sucedió con doña Juana? – pregunté, pero Alfredo se tomó unos minutos en responder. – Nadie sabe a ciencia cierta. Algunos dicen que fue un cáncer muy repentino y fuerte, y puede ser verdad. Pero cuando yo llegué a Tafí, ella ya no estaba. –  
– Se cuentan otras cosas d’ella… – añadió la esposa, mirándolo de reojo. Alfredo hizo un gesto de desaprobación queriendo detenerla, pero ella no lo hizo. – Cuando yo era chica, la gente del valle decía que ella era rara. Que don Jacinto sihabía ganado una maldición o pior. Que ella lo había embrujado. Pero fui creciendo, y a pesar quella era una persona seria y reservada ¿vio?, nunca vi nada extraño. Pero su muerte afectó mucho a don Jaco. Menos mal que Alfredo llegó pa ayudarlo. – hizo una pausa mientras servía otro mate y se lo pasaba al esposo. – Lo pior de todo es que murió en Noche Buena. Yo habré tenido unos 12 años masomenos. Y míreme, ahora tengo casi 50 y aún me da chucho ese recuerdo. – dijo mientras recibía nuevamente el mate y lo llenaba prolijamente de agua.       
– Los últimos meses, don Jaco no estuvo mucho por acá… y la salud de doña Juana fue empiorando cada vez más, ¿vio?... según mi papá, ella no recibía a naide y cada vez que alguien la veía, algo malo les sucedía… Como cuando el Familiar viene a cobrarse deuda. –

Los perros comenzaron a ladrar y el más pequeño de los cuatro corrió hacia la entrada de la propiedad. Alfredo salió a la puerta y encendió una luz que estaba instalada a metros del portón. Ya era casi el anochecer. – Más visitas – dijo mientras salía acompañado de los otros tres perros. Su esposa se paró en la puerta de la casa mirándolo. – La monjita. No suele venir muy seguido por acá. ¿Qué querrá? – dijo casi para ella misma.       
– Bueno, señora. No queremos molestar más, así que ya nos estamos yendo. – dije para disculparme. Habíamos pasado mucho tiempo hablando con Alfredo y su esposa, y ya se había hecho muy tarde. Ella no dijo palabra.  
Nos acompañó de salida, mientras su esposo iba entrando acompañado de la monja. – Alfredo, ya nos estaremos viendo otro día – dije mientras nos dirigíamos al portón.   
Alfredo se despidió, pero antes nos presentó a la Hermana Inés. La monja nos saludó cordialmente y regresamos al hotel.


Esa noche me había preparado; hice algunas defensas extras en mi cabeza para que nadie pudiese entrar sin que yo lo permitiese o me diese cuenta. Lo que había vivido la noche anterior, no debía suceder de nuevo. No sabía quién o qué había producido tal sueño, pero no es algo que pretendiese repetir. Necesitaba descansar.    

La habitación se volvió fría de un momento a otro, podía ver la nube de vapor saliendo de mi boca en la poca luz que entraba por la ventana. Otra vez aquel dolor de cabeza insoportable. Esta vez, Jimena se despertó conmigo. – ¿Qué está sucediendo, Quike? – me preguntó mientras se acurrucaba del frío. – No te preocupes, es sólo un sueño. Vuelve a dormir. – dije, aunque no le encontraba sentido a lo dicho, pero estaba seguro que esto estaba sucediendo en mi sueño y nada más.  
La puerta de entrada a la habitación estaba abierta. – Quike, hay alguien en la puerta – me dijo Jimena con algo de temor en la voz. Vi la silueta recortada en la penumbra y encendí la pequeña lámpara de pie, pero ya no había nadie.
– ¿Quién era? Tengo miedo. – me dijo Jimena. Otra vez, todo era muy real. La miré y vi el temor en sus ojos. La abracé para consolarla.      
En ese momento un grito de terror nos puso en alerta a ambos. Venía de una habitación contigua. Me levanté y me coloqué los pantalones lo más rápidamente posible.

Al salir al pasillo, vi una mujer joven tirada en el pasillo; se había arrastrado lo más lejos que pudo de la puerta de la habitación. Llevaba ropa de cama. Respiraba con dificultad, pero estaba inconsciente. Me acerqué y vi marcas en sus piernas: alguien la había agarrado con tal fuerza de sus pantorrillas que había dejado las marcas casi moradas de las manos en sus piernas. Jimena corrió hacia donde yo estaba. – Está inconsciente, pero no veo que esté mal. – le dije. Escuché un sonido a cosas rompiéndose a dos habitaciones de distancia. – Quedate con ella. Ahora vengo. – Corrí hacia la puerta de entrada a la habitación. Estaba entreabierta. La abrí rápidamente y encendí la luz, pero sólo vi alguien saltando por la ventana, mientras los postigos de vidrios se golpeaban con fuerza, pero sin llegar a romperse. Vestía una túnica oscura, con los bordes raídos y viejos, su cabellera azabache larga. No llegué a ver su cara.          
En la cama yacía un hombre de mediana edad. No recordaba haberlo visto antes. Su cuello había sido apretado hasta el estrangulamiento. Las marcas casi moradas eran muy similares a las que tenía la joven en el pasillo. Su boca estaba abierta y la lengua extendida hacia afuera. Había luchado por su vida; quizás incluso protegiendo a su pareja.  
Reaccioné unos segundos después y me dirigí a la ventana. La Luna iluminaba todo el patio; parada, mirando hacia la ruta, estaba la hermana Inés. Luego volteó para mirarme durante unos cuantos segundos y llegué a ver que decía algo.

Desperté con la luz matutina en mi cara. La habitación estaba cálida. El Sol recién salía detrás de las montañas.


Mi intensión es publicar una entrega por semana, en lo posible siempre respetando el día de publicación, que como se habrán dado cuenta, es el día miércoles. A veces no podré hacerlo, pero no se preocupen que serán casos excepcionales.

No hay comentarios.: