miércoles, 20 de enero de 2016

041 - Artelex



Intenté tranquilizar a Inés varias veces − En unos minutos estaré bien… − pero creo que no quería escucharme y seguía insultándome. Había accedido a que llamase una ambulancia, pues habían muchas personas en el lugar y se vería aún peor si me levantaba con el agujero en mi espalda y como si nada hubiese pasado. El paramédico me decía que mi presión sanguínea estaba normal y que mi amiga había hecho un excelente trabajo en tapar la salida de sangre, hasta que ellos llegaron. Yo solamente sonreía.

Cuando llegamos al hospital, los enfermeros me pasaron a Urgencias y el camillero se encargó de llenar el informe de entrada. Fue el momento que aproveché para levantarme. Sentí una fuerte punzada en la espalda y la bala de alto calibre se deslizó entre la ropa para caer en mi mano.
Empujé a Inés que me miraba algo desconcertada y la guié hacia la puerta de salida, esperando que la policía no estuviese interesada en hacer preguntas. Mi herida ya había sanado.
Al salir a la rampa del Hospital de Urgencias, no vimos ningún policía y nos apresuramos a tomar un taxi sobre la calle Catamarca.

Me fue algo extraño hablar con ella al principio, pero al pasar los minutos sentía como si la conociese desde hace mucho tiempo.
Al llegar a mi departamento, me contó algunas cosas que para ella eran como sueños, pero varias de ellas caí en cuenta que eran recuerdos de Ben o de alguien más.
− Por lo que veo, puedo decir que mi alma es muy vieja... − dijo, mientras sorbía el mate − he recordado cosas de alguien anterior a Ben que ya tenía conocimientos de estas cosas, y por lo que recuerdo también conoció a Pancután y al Jefe. Pero no tengo recuerdos de su muerte o de sus últimos momentos de su vida. −
La tarde ya había manchado el cielo con esos tonos naranja y amarillos que tanto me gustan. Y me hace sentir que es el único lugar en el mundo donde se ven estos atardeceres.
Quería saber un poco más de eso que llaman La Metrópolis − Es sólo un mito… − dijo como atajando mi batería de preguntas. − Pero recuerdo algunas personas que estaban investigando aquel lugar, cuando Ben se unió al grupo. − Yo deambulaba por la cocina, sin encontrar un lugar que me hiciera sentir cómodo, apoyándome en sillas y la mesada pero sin poder elegir un sitio.
− ¿Pero qué sabes de eso en concreto? − pregunté, y el timbre de la puerta interrumpió la respuesta. − ...antes que respondas... tengo que decir que esta otra persona que recuerdo, tenía documentos encontrados en una investigación que dicen mucho más de lo que nadie más sabe… escritos por un tal Martin Perez Garzo − el nombre ya me dijo mucho. Este tipo estaba muy metido en todos estos temas.

Abrí la puerta, pues era Pancután.
Obviamente ya sabía que estaba con Inés, y por supuesto no le agradaba para nada la reunión extraoficial. Pero eso no era algo que me preocupase.
− Si Ariel tenía algo de nuestras investigaciones, obviamente deberían estar en nuestras manos… − dijo Pancután al pasar. ¿Cómo podía saber lo que habíamos hablado unos instantes antes?
Inés se le quedó mirando, como calculando que responderle. Pero al cabo de unos segundos optó por ignorarlo.
− No tengo recuerdos concretos, pero... ¿ustedes no tienen las cosas que eran de tu compañero… Ariel Castel? me cuesta creer que se les haya pasado algo, sobretodo tan importante. − dijo Inés en tono un tanto irónico.
Pancután detalló las cosas que él mismo guardó después de la muerte de su compañero previo a Ben, que había muerto en un tiroteo en una pizzería la noche que se iban a juntar para ver las evidencias que estaba recopilado.
Cuando Inés le preguntó si con él habían encontrado algo referido a la investigación, Pancután negó con la cabeza − …el lugar fue incendiado por los atacantes hasta los cimientos. Por poco no pudimos reconocer su cuerpo. − respondió.

Era necesario hablar largo, así que decidimos pedir comida de delivery y cenar en mi departamento.
Eventualmente salió el tema de Artelex, y yo les relaté los encuentros que había tenido con aquel sujeto, y las cosas que le había visto hacer. Se miraron por unos segundos − ¡un hijo de la noche! − dijeron al unísono. Yo no entendí a qué hacían referencia. − Según él es el hijo del Diablo… − intenté responder, pero Inés me interrumpió.
− Yo tampoco entiendo bien el término, pero me es familiar… serían personas que de alguna forma han ganado poder más allá de lo ordinario, pero a su vez han perdido de alguna forma su humanidad. − miró a Pancután para corroborar que le había acertado, pero él no respondió.
Inés hizo referencia a un sueño que había tenido:
Se veía entrando a un pasillo largo con varias puertas a los costados y sabía que detrás tenía un ascensor, por lo que piensa que podría ser un edificio de departamentos. La estructura era vieja, gastada y el palier era alumbrado tenuemente. Recordaba algunos sonidos de discusiones de los inquilinos en los departamentos cercanos. El ambiente era muy hostil.
Escuchó un disparo que venía desde el último departamento y se apresuró hasta la puerta, que estaba entreabierta.
Sintió algo muy oscuro que la rodeaba de repente y al abrir la puerta vio un hombre con las manos oscuras, como si se las hubiese tatuado hasta el codo. Sostenía una escopeta por el caño y en el piso yacía sin vida un hombre gordo, algo pelado. Tenía la garganta arrancada y una mano aún intentando sostener el arma.
Ella no podía moverse, como si un miedo primitivo y peligroso la hubiese invadido de repente.
El hombre soltó la escopeta y levantó un pesado libro con tapas de cuero, que estaba tirado a un costado del cadáver. No recuerda el libro con precisión, pero sí recuerda que las tapas de cuero crujieron cuando el hombre lo abrió. Recuerda perfectamente la sonrisa maliciosa que se formó en su rostro fino y bien cuidado.
El hombre recogió la escopeta, sacó de un bolsillo del cadáver un cartucho, luego de verificar la recámara y recargar el arma, se la pasó a ella. Recuerda los labios perfectos del hombre al pronunciar las palabras: “Estuviste en el lugar equivocado… y lamentablemente para tí, tienes que morir.”
Los deseos profundos a resistirse a aquella orden fueron menores al deseo impuesto por obedecerla y este recuerdo termina en oscuridad, luego de jalar el gatillo.

Estábamos seguros que aquel hombre no era otro que el mismo Artelex.
Permanecimos en silencio unos minutos, cada uno asimilando a su manera aquel relato. Yo estaba seguro que tarde o temprano iba a tener que encontrarlo nuevamente.
− Este tipo ya estaba vinculado con algunos mafiosos locales en operaciones oscuras… − dijo Pancután − pero no creí que tuviese semejantes habilidades. −
Busqué en uno de mis bolsillos, mi pequeña cartera de cuero y metiendo mi mano hasta el codo, extraje el Libro. Sentía un cosquilleo en los dedos que hacía mucho tiempo no lo sentía. − ¿Era parecido a este libro? − pregunté a Inés, mientras miraba su rostro sorprendido por el sencillo truco de magia.
Negó con su cabeza. − No, era más ancho y recuerdo que tenía un símbolo dorado en el lomo… − dijo mirando hacia un costado, como intentando recordar los detalles.
− Este libro me ha traído muchos dolores de cabeza, pero estoy seguro que es importante, porque muchos se han tomado demasiadas molestias en intentar conseguirlo. Algunos apostando hasta su propia vida. − recordé en ese momento algunos de los rostros de mis amigos, involucrados directa o indirectamente.

− ¿Qué hacemos ahora? − increpó Pancután, acostumbrado a ir directamente a la acción. − La Organización podría rastrear a este tipo y decirnos directamente dónde está… si él tiene otro de estos libros, quizás nos sea de utilidad también a nosotros. −
− ¿Cómo o para qué? − pensé en vos alta.
− Me extraña, Quike… vos querés volver a tu mundo ¿verdad? seguro que se puede hacer algo con esos libros. El Padre Malakai nos podría dar una mano en su lectura. Es la persona más versada que conozco… − me respondió con tono de tener todo resuelto.
Hice una seña con mi mano − Haz lo tuyo… veamos cómo nos puede ayudar la Organización. − respondí. Inés me apoyó con un gesto de su cabeza.

Pancután pasó un rato largo hablando por teléfono, llamó a varias personas, hasta que por fin volvió a nosotros con su rostro impávido como siempre.
Había conseguido una pista de dónde podía encontrar a Artelex, pero nunca hizo alarde de ello. Como si siempre hubiese estado seguro que lo lograría.
− Por lo que me dicen, vamos a necesitar carne de cañón… digo, ayuda de algunos incautos… digo, ayuda de algunos mercenarios. − dijo afirmando con fuerza con su cabeza.
− Conozco a unos locos del Marqués que por unos morlacos seguro nos dan una mano… pero son mercenarios. No nos fiemos que vayan a arriesgar el pellejo por nosotros. − continuó.
Después de todo no pretendo que alguien se sacrifique por mí. Más si no los conozco.


Pido disculpas por la falta de constancia al postear los episodios, pero un problema personal hizo que me tomara unos días. Un abrazo a todos y gracias por la paciencia.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Pizza Dilla, dónde toda clase de malas cosas pasaron. Una duda, no fue Pankutan el que abrió fuego y mató a medio mundo en la pizzería? Y una aclaración, fue el pizzero el que le prendió fuego a la pizzería para evitar preguntas de la policía.

Unknown dijo...

Pizza Dilla, dónde toda clase de malas cosas pasaron. Una duda, no fue Pankutan el que abrió fuego y mató a medio mundo en la pizzería? Y una aclaración, fue el pizzero el que le prendió fuego a la pizzería para evitar preguntas de la policía.

MirkoEmir dijo...

El que mató a todos, fué el PJ de Poli. Y en boca del mismo Pancután: "no voy a aceptar ni negar nada... no hay pruebas". Y sí, fue el pizzero el que hizo explotar todo, pero la versión oficial de los hechos, es que los atacantes hicieron todo. :D

Carandor dijo...

Che, están dirigiendo alguna aventura en algún setting así???